
Sabemos que las mujeres no desaparecen, las desaparecen. Pero, ¿a quién le importa?
Del 28 al 31 de marzo, Teatro Bárbaro estrenó la obra «Derivas», escrita por el dramaturgo e investigador chihuahuense Raúl Valles. Estas presentaciones fueron hechas bajo la dirección de Luis Bizarro. La obra abarca la cruda realidad a la que están expuestas las mujeres en México y la cruel complicidad de la sociedad.
Las obras comúnmente presentadas por el elenco de Teatro Bárbaro, y con la dirección de Luis Bizarro, muestran una crítica a la forma en la que se vive la violencia en el país, o directamente en la ciudad. Atacan quien mira la obra, mostrándole una difícil realidad de la cual es cómplice o con la no puede hacer mucho, porque las problemáticas le sobrepasan. «Derivas» no fue la excepción.

El texto de Raúl Valles fue hecho para las actrices de la compañía de Teatro Bárbaro. Mujeres comunes que todas se enfrentan a violencias machistas todos los días y a la posibilidad de desaparecer como muchas otras que lo han hecho, para después terminar siendo parte de otra estadística que posiciona en focos rojos a México en estos temas. El elenco está conformado por Rosa Peña, Yaundé Santana, Fátima Íseck, Jéssica Verdugo, Valeria Ivonne y Héctor “Magnum” García.
Las historias de «Derivas» son como holones, pequeñas partes de un todo, siendo en este caso el todo la obra, ya que ésta no aborda una historia específica, sino que los personajes te van presentando pequeñas narraciones sobre abortos, abuso sexual, desapariciones, violencia doméstica y otras situaciones que tienen la violencia hacia la mujer en común.
La obra te bombardea con la realidad
Esto es presentado en varias escenas de forma sutil y en otras como una cachetada en la cara de quien mira la obra. Como es el caso de una mujer donde su historia lleva este mismo ritmo. Habla de su vida cotidiana y cuenta que está casada con un «banquero de pacotilla». Al principio piensas que sólo es un matrimonio donde él trabaja todo el día y a ella le toca estar en casa. Pero va subiendo de tono cuando ella cuenta que pelean y la ha insultado, y luego que le ha gritado, después la ha golpeado. Hasta terminar dejándolo por un fontanero que la embaraza y éste al darse cuenta la descuartiza y lanza en algún predio.
Dentro de la obra hay más historias como ésta. Y lo que causa un choque en quien mira la obra es verlo como algo real, porque estas situaciones se viven, salen en los diarios y provoca que la gente sienta que la violencia aumenta, cuando en realidad siempre estuvo ahí desde los primeros maltratos. Con esta obra te vuelves consciente de ello porque te bombardea con la realidad.
En «Derivas», Dios tampoco se salva de la complicidad con la violencia
Desgraciadamente, dentro de la realidad también está la indiferencia. Hay una escena que parece eterna, porque conllevaba desesperar al público, donde un actor nombraba números de expedientes de investigación y otra voz más mencionaba: «Desaparecida, pero ¿a quién le importa?». Ésta es la escena que te indica de forma directa que también somos cómplices y aunque sepamos que las desapariciones no ocurren solas, sino que alguien hace que pasen, no hacemos nada. Sin embargo, las personas en la sociedad no somos las únicas acusadas, Dios tampoco se salvó.

En el texto, Raúl Valles siempre plantea, a través de los personajes, el cuestionamiento sobre la no reacción de esta figura omnipotente, que parece sólo estar como un espectador pasivo ante esta ola de violencia hacia las mujeres.
La historia de la mujer que se relataba anteriormente lo enmarca de forma directa, pues decía: «le conté a Dios que me golpeaba, que me gritaba y él me dijo que lo había escuchado y que lo había visto», y ante los pedidos de ayuda de esta mujer, Dios decide quedarse en el clóset de la casa de ella.
Dentro de la obra también hubo muchos juegos escénicos que acompañaban las horribles historias y creaban desesperación en quienes presenciaron la obra. Como la escena de los expedientes, otra de gritos imparables e inclusive de gente comiendo patas de pollo.
Dentro de la obra hay muchos silencios con los que como espectador o espectadora te toca quedarte sólo con tus pensamientos y crear esta cadena de culpa y complicidad en la mente o inclusive ligar con una situación personal o de alguien cerca a lo que está pasando en escena.
Y casi para el cierre presenta el vacío en el que se está ante las desapariciones y la expectativa de no saber si la desaparecida está viva o muerta. Esto con una analogía igual a la del gato de Schrodinger, al no ver el cuerpo, que puede estar en quién sabe dónde, en quién sabe qué condiciones, mientras las personas cercanas o quienes la buscan no pueden evitar estar en esta dualidad sobre la vida y la muerte.
Sin embargo, al final de la obra te hace sentir esperanza. El público pasa a escribir algo en una pared como un deseo, por vivir libres, seguras y no por tener que ser valientes, donde en ese muro con gis se construye una utopía basada en todo lo que no se quiere y que presentó la obra.